RAÚL OCHOA-HUESO
EL País
Reducir nuestra huella de nitrógeno y frenar el cambio climático pasa porque la ciudadanía tome conciencia de que nuestro estilo de vida es poco respetuoso con el medio ambiente.
Reducir la huella de nitrógeno y frenar el
c
cambio climático, relacionados ambos con la emisión de gases contaminantes y de efecto invernadero a la atmósfera y el uso indiscriminado de fertilizantes en la agricultura, es uno de los principales retos a los que nos enfrentamos la humanidad en su conjunto. Y no se trata sólo de un problema local del que nos podamos seguir desentendiendo sin más enviando nuestras industrias más contaminantes y la producción de alimentos a otros países como China, India o Bangladesh, tal y como hemos venido haciendo hasta ahora. La contaminación por nitrógeno y el cambio climático es un problema global que no reconoce fronteras.
La revista
Ecosistemas, publicada por la
Asociación Española de Ecología Terrestre, se hace eco de esta problemática en su
monográfico sobre contaminación por nitrógeno, donde advierte de la imperante necesidad de reducir nuestra huella de nitrógeno, que es en gran parte responsable de la alarmante pérdida de biodiversidad a escala global y de la degradación generalizada de los ecosistemas terrestres y acuáticos y, por tanto, de una merma en la capacidad de estos ecosistemas para generar servicios sin los cuales no podríamos vivir. Estos servicios incluyen la purificación del aire y el agua, la fertilidad del suelo o el secuestro de carbono que contribuye a mitigar el calentamiento global. El
estudio publicado en este monográfico por la doctora Ana Rolindes Eugercios, investigadora independiente, pone de manifiesto cómo aproximadamente un 25% de las masas de agua subterráneas de nuestro país están contaminadas por nitratos, mientras que otro
trabajo liderado por Héctor García-Gómez, investigador del CIEMAT, indica cómo los ecosistemas protegidos dentro de nuestra red de Parques Nacionales, sobre todo aquellos de alta montaña, se están viendo seriamente amenazados por la acumulación excesiva de nitrógeno.
La contaminación por nitrógeno en sus diversas modalidades (atmosférica particulada, gaseosa, disuelta en agua de lluvia o en forma de vertido) también tiene efectos altamente perjudiciales sobre la salud humana y es causa bien conocida de alergias, enfermedades autoinmunes, enfermedades graves como la del bebé azul, ciertos tipos de cáncer, y afecciones cardiovasculares, pulmonares e incluso neurológicas. Por tanto, actualmente es imposible pretender estar verdaderamente sanos a través de nuestra dieta y la actividad física mientras permanezcamos impasibles ante las consecuencias funestas de la degradación ambiental. Por ello, quizá la mejor manera de cuidar nuestra salud sea la búsqueda activa de soluciones ciudadanas que contribuyan a reducir drásticamente los niveles de contaminación ambiental, lo que nos llevará de forma inevitable a mejorar nuestra calidad de vida y la de los que nos rodean, incluidos, por supuesto, nuestros hijos, familiares y amigos más allegados.
La huella de nitrógeno es responsable de la pérdida de biodiversidad y la degradación de los ecosistemas
Por otra lado, la revista especializada en contaminación ambiental
Environmental Pollution acaba de publicar un
artículo sobre los impactos de la contaminación atmosférica y del cambio climático en los ecosistemas de la cuenca del Mediterráneo, considerados de los más biodiversos del mundo, en el que también advierten de consecuencias nefastas para la salud de nuestros ecosistemas y la nuestra propia. Una cuenca del Mediterráneo en la que viven casi quinientos millones de personas y en la que el cambio climático y la contaminación atmosférica intensificarán aún más si cabe la actual situación de crisis humanitaria y de migración de la que ya son
en parte causa reconocida. En este artículo se insta a la unión de investigadores de nuestro entorno para tener la fuerza suficiente como para usar los conocimientos científicos generados en favor de políticas más verdes, y, al fin y al cabo, socialmente más justas, y, por tanto, formar parte de un movimiento proactivo desde abajo que contribuya a cambiar el panorama actual. Todo ello articulado a través de la plataforma
CAPERmed, que aglutina a más de 30 investigadores de diversos países de nuestro entorno como Portugal, Italia y Francia.
De hecho, ya hay muchos autores y pensadores del clima, entre los que se incluyen Naomi Klein, autora del libro de éxito mundial sobre capitalismo y clima
Esto lo cambia todo, que reconocen abiertamente cómo la actual situación de crisis medioambiental global podría representar una oportunidad para realizar cambios profundos en nuestro sistema que de verdad promuevan la justicia social. Desde la lucha ejercida a nivel local para la creación de empleos estables y de calidad hasta el compromiso de erradicar la pobreza crónica y restablecer el patrimonio material y cultural robado a los pueblos indígenas de amplias zonas del mundo, el cambio pasa irremediablemente por buscar alternativas de desarrollo sostenible basadas en energías limpias que inspiren a la ciudadanía en la creencia de que “otro mundo” es posible. Un mundo donde la relación con nuestro entorno esté basada en el entendimiento y no en la explotación y la dominación. Un mundo donde, de nuevo, podamos sentirnos orgullosos de nuestro arraigo local sin olvidar que formamos parte de un todo global infinitamente más grande que nosotros mismos. No son pues el clima y la contaminación ambiental, son la justicia social y la salud de todos nosotros lo que de verdad está en juego.
Un 25% de las masas de agua subterráneas de nuestro país están contaminadas por nitratos
Y es aquí donde cada uno de nosotros, simples ciudadanos de a pie, aupados por este sentimiento positivo de pertenencia, tenemos la última palabra a través de nuestra acción diaria y nuestra participación. Por ejemplo, proyectos de
generación descentralizada de energías renovables cuyos propietarios sean los propios ciudadanos o municipios, en vez de grandes multinacionales, reducirían nuestra dependencia de los combustibles fósiles y la energía nuclear, y redundarían en un beneficio en la factura de toda la ciudadanía. Las redes de producción y distribución de alimentos locales de temporada basadas en los principios de la agroecología y la remunicipalización de comedores colectivos basados en dichas redes, un proceso que ya está en marcha en el
Ayuntamiento de Madrid, el propio CAPERmed, o las múltiples plataformas vecinales en defensa del medioambiente local que de forma casi espontánea surgen al albur de proyectos que pretenden degradar el entorno, son evidencia clara de que no todo está ni mucho menos perdido.
Finalmente, fomentar en la ciudadanía hábitos de vida saludables y el estar sano como un derecho básico de todo ser humano podría jugar un papel especialmente importante en la lucha contra la contaminación y el cambio climático. Muchos de nosotros, quizá la mayoría, nos hemos acostumbrado a que estar enfermo es poco menos que una lotería y que apenas tenemos control sobre nuestro estado de salud. Sin embargo, una enorme proporción de las enfermedades y dolencias que hoy día nos azotan, como el cáncer, los infartos, las alergias, las enfermedades autoinmunes, los problemas respiratorios o los trastornos del sueño, era prácticamente desconocidas en las sociedades preindustriales y tienen un origen compartido con las causas que generan contaminación y cambio climático. Por tanto, reducir nuestra huella de nitrógeno así como mitigar el cambio climático pasa porque la ciudadanía tomemos conciencia plena y responsable de los vínculos estrechos que hay entre nuestro estilo de vida poco respetuoso con el medio ambiente y los enormes problemas de salud pública a los que actualmente nos enfrentamos como sociedad. Y, ¿es que acaso no es la salud siempre lo primero?